En eventos públicos, congresos, en medios escritos y hasta en intervenciones de políticos, siempre está de moda exigirle a la Televisión una programación que eduque y cuide los valores.
No conozco alguien que defienda una Televisión destructiva o que incite a la violencia, y sabemos que precisamente por su fuerza comunicativa está en el deber de cuidar lo que dice y muestra. Pero la Televisión comercial no es una escuela ni un profesor. La Televisión se hizo como medio de entretenimiento  y a través de ella puede informarse -o desinformarse- sobre casi cualquier tema.

En muchos países, junto a la Televisión de entretenimiento, existe la llamada Televisión cultural o educativa, generalmente en manos de gobiernos e instituciones que no buscan lucrar con su programación, y tienen el privilegio de hacer programas instructivos financiados con el dinero público, en ocasiones con una realización creativa y de alto valor visual. Lamentablemente cuando revisamos los puntos de rating vemos que el público no ve esos canales en sus países, que prácticamente no sigue esos programas y elige antes la Televisión comercial, desde las telenovelas hasta los espacios de concursos y comedia.

Algunos afirmarán que si terminara la Televisión comercial el público entonces sí voltearía a ver los canales culturales, pero sería como cerrar los parques de diversiones para que la gente regrese a jugar ajedrez en sus casas. Lo que sucede en las sociedades actuales es que hay necesidades  y consumo de todo tipo de productos, derivado de la diversidad de pensamiento y gustos. No es justo exigirle a la Televisión cultural que sea divertida como no es correcto exigirle a la Televisión comercial que sea educativa.

Los países y las personas viven sus realidades, envueltas en la alegría y el llanto, en el amor y el crimen, en la creación de obras maravillosas y en la destrucción que consiguen los fenómenos naturales. Y la Televisión de más alcance –la de contenidos comerciales- tiene la obligación de constituir una ventana abierta a esas realidades. Hacer lo contrario, ocultar o moderar la realidad a través de la Televisión, tiene el mismo riesgo que la censura totalitaria que imponen las dictaduras cuando dominan los medios de comunicación.
Los límites que sí se tiene que trazar la Televisión comercial es no mentir, no sugerir estados de opinión, no obligar a creer en lo que no es cierto y responder al público con una cuidadosa programación en sus canales que tenga en cuenta los horarios familiares y los horarios de adultos. Los juegos de computadoras, el Nintendo, el futbol y el boxeo no tienen ninguna responsabilidad en la educación de los habitantes de este planeta porque fueron creados como forma de entretenimiento para espectadores y protagonistas. La Televisión es exactamente igual.

Los maestros y las escuelas tienen el deber de enseñar a sus alumnos cómo ver la Televisión, y a diferenciar entre realidad y fantasía, entretenimiento e información, y los padres la obligación de elegir en sus casas canales, horarios y dosis de Televisión para que sus hijos crezcan con una educación adecuada y sin vivencias innecesarias. Cuando padres, políticos y hasta expertos exigen a la Televisión comercial educar y conservar valores, en realidad están actuando con la misma hipocresía del que exige fidelidad a su pareja mientras es infiel en horario de oficina.

Por Alexis Núñez Oliva
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