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Los noticieros otorgan poder a las compañías de Televisión a la vez que las colocan en el riesgo de perder credibilidad.

El televidente considera que una compañía de Televisión habla y piensa como sus noticieros. Si descubre omisiones en la información, deduce compromisos entre los protagonistas de la noticia y quienes producen el espacio informativo. Este fenómeno de comunicación, donde se enjuician tendencias políticas y sociales de los canales, ocurre únicamente a través del contenido de los noticieros.

No se cuestiona a las historias de las telenovelas, o a los programas de entretenimiento o a espacios deportivos como se hace con los noticieros de Televisión, aunque dentro de estos géneros también hay señales del pensamiento corporativo.

Sucede porque a través de los noticieros el individuo se informa y toma partido sobre temas medulares relacionados directamente con su vivencia cotidiana: seguridad, precios, educación, recursos, aspiraciones, promesas, empleo, superación. Aquí el juego no deja espacio a la fantasía.

En el otro extremo se ubican los gobiernos, las autoridades. Vigilan con lupas y asesores lo que dice cada noticiero de Televisión de sus opositores y de sus gestiones. Ubican en ellos sus campañas de logros y planes, y atacan con celo desde el más mínimo error semántico que haya expuesto el presentador al aire hasta el imperceptible gesto de su rostro al final de una nota, no tanto en busca del equilibrio informativo, sino encontrando deudas que exigirán se paguen con otras informaciones complacientes que les favorezcan.

Dentro de las compañías de Televisión los noticieros son el poder y la debilidad de sus contenidos. La esencia de la puerta por donde entran y salen los censores y oportunistas para presionar hasta donde se dejen los concesionarios.

El área de noticias de cualquier canal de Televisión es la parte más seria del entretenimiento, la más delicada y susceptible a recibir una avalancha de ataques. Debe estar blindada con profesionales que comprueban y revisan antes de dar a conocer cada noticia.

La democracia reciente de América Latina se ha visto desbordada por los noticieros que, en la mayoría de los casos, cumplen una labor social fundamental: informar y constituir la memoria infinita que recuerda y compara estos tiempos actuales con aquellos pasados y con el futuro promisorio que no terminamos de ver.

Con la misma fuerza, gobiernos y organizaciones civiles arremeten contra los noticieros, y los acusan de amarillistas y rojos cuando se transmiten noticias sobre el abandono de los niños de la calle o imágenes de la sangre que corre por las avenidas después del intercambio de disparos entre delincuentes y policías. El poder desmedido de los noticieros debe ser controlado porque es tan arriesgado para una sociedad como la ausencia de noticias críticas, pero sus errores y omisiones nunca tienen las implicaciones ni causan el daño que sí consiguen los políticos con sus conductas corruptas e incapaces. Los noticieros hablan de todo y llegan a muchos, pero nunca como los políticos, que aunque hablen poco, deciden mucho sobre casi todo. Cuando los gobiernos invitan a los noticieros a ser objetivos y a cuidar el tono de la información, están aplicando la técnica de coacción que censura bajo el nuevo precepto que se inventaron y llaman la autorregulación de los medios.

Algunos gobernantes de nuestro continente amenazan incluso con la cancelación de las licencias para transmitir, bajo el pretexto de incumplimiento de las leyes. Prefieren poner en duda su imagen democrática que permitir el seguimiento crítico de sus actos. No obstante, sociedades civiles y autoridades deben cuestionar y mantener estrecha vigilancia sobre los noticieros, exigiendo cada parte la objetividad que considere cuando se trata de noticias. No puede permitirse que los noticieros sean un poder desmedido que termine alarmando y creando movimientos ajenos a la realidad.

Pero con esa misma intensidad las autoridades debían resolver con más eficacia los temas medulares que manchan las calles de hechos sangrientos y las carencias que convierten a los ciudadanos en noticias de llantos y angustias.

Las organizaciones civiles debían empujar a sus autoridades a la obligación de resultados diarios y dinámicos con la misma insistencia que se quejan de algunas informaciones que supuestamente no debían darse a conocer a través de la pequeña pantalla. Cuando la realidad que vivimos sea menos roja y menos amarilla, las noticias tendrán los nuevos colores de la vida, se cuestionará menos lo que dijeron en el noticiero y hasta dejarán de vigilar el próximo gesto del presentador al final de cada reportaje.

Por Alexis Núñez Oliva, Productor Ejecutivo 

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